Hace
unos meses, a principios de octubre, estábamos mi Señor Marido y yo un
miércoles cenando en nuestro piso en un pueblo cercano a Madrid. Como en (casi)
todo hogar español, en nuestra casa se ha cenado siempre a las 9 de la noche, hora del telediario de Antena 3, porque
nosotros somos muy fans de Matías Prats y de ese sentido del humor tan peculiar
que tiene. Y en esas estábamos, con un tenedor en una mano y un trozo de pan en
la otra, que suena el teléfono.
Mi
Señor Marido desaparece en otra habitación. A los 10 minutos yo, que me
preocupo por todo fácilmente, ya me estaba montando unas películas del género
catastrófico dignas de un Oscar, cuando oigo que vuelve. Lentamente. Demasiado
lentamente. Y mi Señor Marido aparece en la puerta de la cocina.
- Madremiaq’hapasao? – Pregunto yo así,
tal y como lo habéis leído.
Y
me contesta:
- Que me han llamado los de Montréal.
Que nos vamos a vivir a Montréal.
Primero,
nos quedamos mirando mutuamente con cara de “Perdona, ¿cómo dices?”. Después,
empecé a preguntar miles de cosas seguidas, por ejemplo:
- ¿Pero te han llamado de X? ¿Y qué te
han dicho? ¿Pero cuando hiciste esa entrevista? ¿Estamos hablando del Montreal
de Canadá? ¿Pero, y cuando nos vamos? ¿CUÁNDO NOS VAMOS?...
Nos
costó unos días asimilarlo. Nuestro sueño, por fin, cumplido. Vivir en Canadá. Luego,
aún no sabemos cómo, todo empezó a ir muy rápido. Mudanza, preparación de papeles
y certificados varios (y, en consecuencia, el inevitable hartazgo de lidiar con
la burocracia), hablar con nuestros respectivos jefes para avisar de nuestra
partida (¡!), actividades lúdico-festivas variadas en distintos puntos de la
geografía española para despedirnos de amigos, regalos muy divertidos y
prácticos de los susodichos amigos, dejar nuestro querido piso de alquiler al
norte de Madrid, hacer muchas maletas, cambiar de orden las maletas, cambiarlas
de orden otra vez...
Y
cuando nos dimos cuenta, se había pasado la Navidad y estábamos despidiéndonos
de nuestras familias, a punto de subir a un avión que nos llevaría rumbo a
nuestra nueva vida...después de 3 horas hasta Munich, 6 de espera en Munich y
otras 9 hasta Montréal.
La
llegada fue impactante: unos impactantes -10 ºC al salir por la puerta del
aeropuerto, con sólo un par de abrigos de paño del Zara para sobrellevarlos.
Y
luego, vuelta a la velocidad: comprar abrigos y botas para nieve, hacer la
tarjeta sanitaria y de la Seguridad Social, hacernos con un teléfono móvil,
buscar piso (sin amueblar), Ikea, explorar un poco la ciudad, Ikea, Ikea otra
vez, comprar conversores de enchufes y transformadores eléctricos como si los
almacenáramos para un apocalipsis, desembalar cajas de la mudanza, Ikea de
nuevo...
Y
por fin, tras casi dos meses, ya estamos instalados en nuestro nuevo
apartamento. Bueno, casi instalados... Escribo desde un Starbucks cercano a mi
casa porque no tengo Internet en casa, y la compañía tuvo la bondad de
aplazar la instalación hasta dentro de dos semanas. Tampoco tengo cortinas ni
persianas en las ventanas y tengo todo el rato la sensación de que me observan.
Sé que es un pensamiento muy "centrouniversal" de mi misma, pero os lanzo el
reto: gente acostumbrada a ventanas con persianas, intentad ver una peli
acurrucados en el sofá con vuestros consortes y consortas a las 10 de la noche
con un ventanal abierto al mundo de par en par y os aseguro que el resultado de
esa ecuación es intimidad igual a cero.
Pero
la estrella de los traumas es, sin duda, que NO TENEMOS TELE. Si, amigos, no
tenemos tele. Si quieres tener tele en este glorioso estado de Québec, tienes
que contratar tele por cable, y en este momento, se nos escapa de nuestro
presupuesto. Hemos pasado por varias etapas sobre esta carencia: primero,
confusión (“Sin tele y sin cerveza, Homer pierde la cabeza”, pensamos); luego,
negación (“No puede ser, seguro que es porque hay algo estropeado”);
indignación (“¿Pero a qué clase de país hemos venido a parar?”); duda (“Oye, a
lo mejor deberíamos coger tele por cable”). Y por último, aceptación y auto-convencimiento ("Seguro que no es para tanto no tener tele y al final estamos mejor"). Entre medias hubo algunos días de mono, es
más, juraría que si me hubieran dado una tele con únicamente el canal 24 horas de Gran
Hermano lo habría visto y todo...Y al final resulta que no tener tele es
genial, aprovechamos más el tiempo y vemos sólo lo que nos interesa ver, y te
deja tiempo libre para cosas importantes.
En
toda esta amalgama de acontecimientos e idas de olla con periodos de morriña y
alguna que otra vez preguntándonos “¿Habremos hecho bien en venir?”, he pensado
varias veces en escribir un blog. Por muchas razones: porque yo he encontrado
información muy útil en blogs de otros inmigrantes a Canadá, porque me gusta
escribir, porque es una manera de que muchos amigos que hay en España puedan
seguir mis andanzas por el Nuevo Mundo y, sobre todo, porque me apetece. Y
finalmente me he decidido, aunque todo
puede ser que mi PC explote en el transcurso de
su creación y puesta en marcha (podéis preguntarle a mi Señor Marido, soy el
terror de los PC, siempre la lío muy parda cuando hago cualquier cosa distinta
a navegar con el Google Chrome o jugar al Tomb Raider).
Y
aquí estoy, cumpliendo literalmente el “Año nuevo, vida nueva”: nuevo país, nueva ciudad, nueva casa y nuevo blog. Sin embargo, algunas cosas buenas no quiero que
cambien, como tener una taza de café o té calentita cerca, para que los buenos
momentos sean aun mejores.
SaraE :)
PD: Tras las dos semanas de espera, vino el técnico de internet y se volvió a ir sin poder instalarlo. Sigo sin internet y sin paciencia.