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miércoles, 16 de octubre de 2013

30 Cumpleaños Muy Feliz

Este pasado 30 de septiembre cumplí 30 años. Aunque normalmente soy de esas personas que celebra sus cumpleaños muy discretamente, lo de cumplir 30 sonaba a palabras mayores. Conforme pasaba el verano, empecé a hacer planes con mi Sr. Marido para hacernos una escapada a Ottawa y celebrarlo a lo grande los dos. Sin embargo, pensé que también me habría gustado echarme unas cañas con amigos o un día campestre con mi familia entera. He de confesaros que me puse un poquito triste pensando que sería un cumple sólo parejil. Pero… ¡qué lejos de la verdad! Aunque uno esté lejos, aunque uno SE SIENTA lejos, hay mucha gente que piensa en ti y que no puedan estar físicamente contigo no significa que no ESTÉN contigo. Se ha convertido en el mejor cumpleaños de mi historia.


Gracias a todos los que el día de mi cumple o los posteriores me mandasteis un wassap, me llamasteis por teléfono o escribisteis un post en FB.

Gracias mi hermana M que me mandó un mail precioso recordándome muchos momentos que hemos vivido juntas. Hasta las peleas de pequeñas suenan ahora divertidas y entrañables. J

Gracias a todos los que me habéis escrito CARTAS. Se me saltaban las lagrimitas cuando al abrir el buzón veía 3 o 4 cartas juntas de gente muy querida para mí. Mi cartero seguro que alucinaba, venga a traer cartas desde España a mi buzón. He recopilado la friolera de 28, llenas de cariño, recuerdos y donde me contáis como estáis. Entre ellas hay una felicitación de mi yaya con flores dibujadas en los márgenes, otra de una perrita chiquitilla, saltarina y monísima y cartas con fotos que ya están con imanes en mi nevera.


Gracias a mis Queridos Padres porque, sin saberlo yo y compinchados con mi Sr. Marido, vinieron OTRA VEZ y POR SORPRESA con mi Suegra (doble sorpresa, mi Sr. Marido no lo sabía) a pasar con nosotros una semana. Estoy segura que nuestras caras debieron dignas de foto para la posteridad. Se vinieron con un Kit Paellero en la maleta y hubo fiesta con vino español, paella y tarta de chocolate. ¡Hat-trick! (Atención al cojín de punto de cruz de La Comunidad del Anillo. ¡Es genial!)

Y gracias a mi Sr. Marido porque pasamos 3 días maravillosos en Ottawa, vimos un montón de museos y lugares, nos lo pasamos bomba y, como siempre, me hizo un regalo con el que acertó completamente. Además, el día de mi cumple nos echamos una de nuestras ya tradicionales partidas conjuntas al Lego Señor de los Anillos.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El Choque Cultural

Se acabó el verano. No sé si los que andáis por tierras más cálidas, como España, podéis decir lo mismo, pero aquí, DEFINITIVAMENTE, ha llegado el otoño. Las hojas se están volviendo de tonos rojos, se están cayendo a montones, y por las noches ya llegamos a los 4-5 ºC. Vuelve a apetecer estar en casa tomándose un té o un café calentito.


Tengo muchas cosas pendientes de contar, pero vamos por partes, ya que algunos acontecimientos muy felices que han ocurrido en el mes de septiembre tienen su origen, en parte, en un proceso que pasamos todos los que cambiamos de ciudad, región o país, llamado “Choque Cultural” y que me gustaría explicaros un poco, desde mi experiencia personal.

La primera fase, llamada Luna de Miel, se experimenta cuando llegas a tu nuevo hogar y te pones a curiosear y explorar más como un turista que como un residente, buscar tiendas, conocer tu barrio, investigar actividades de entretenimiento, empezar a entender la cultura del lugar y, en mi caso, vas por ahí dando patadas a la nieve muy felizmente porque nunca has visto tanta nieve junta en tu vida.

Conforme te vas asentando aparece la fase de “bajón”. Empiezan a aparecer dificultades, cosas que en tu país funcionan mejor y que aquí te ponen de mal humor, empiezas a ver que hay barreras culturales (y, en Québec, también idiomáticas). Yo, que además soy muy familiar, desde principio de verano empecé a echar mucho de menos poder ir a visitar a mis padres y a mis suegros, pasar algún finde de piscina y paellas con mis primos y tíos,  ir a Barcelona a ver a los amigos o escaparme a la playa (una playa “de verdad” soleada y mediterránea) un fin de semana. Te sientes muy lejos de todo, bastante solo (aunque mi Sr. Marido es un sol y me cuida un montón) y te preguntas: ¿Qué hago aquí? ¿Y si nos hemos equivocado? ¿Por qué nos hemos ido tan lejos de todo y de todos? Es cierto que, como hemos venido en “pack matrimonio” no es tanta la soledad, pero sientes que has dejado atrás una parte importante de ti.

Después, cuando asimilas tanto la parte buena como la mala, empiezas a plantearte qué quieres hacer y buscas los recursos para alcanzarlo. Finalmente la última fase, cuando tienes todas las herramientas posibles y has decidido por dónde tirar, entonces te pones en marcha para conseguirlo. En este punto se puede decir que ya estás “adaptado” a tu nuevo hogar. Algunos hablan de una “quinta” fase, en la que vuelves a tu país de origen y como se te han pegado cosas de tu nuevo país, también sufres un “mini-choque cultural inverso". (os digo desde ya que las cañas NUNCA se me harán raras :D)

Puede que algunos de los que leáis esto pensaréis “Jo, pues a mí me pasó algo parecido cuando cambié de ciudad”. Exactamente, a mí ya me ocurrió lo mismo cuando me fui de Barcelona a Madrid, aunque en menor escala, ya que mientras te mueves por tu país el factor idioma es casi nulo y la diferencia cultural es mucho más pequeña.

De todos los cambios de ciudad/país que he pasado a lo largo de mi vida, he sacado una conclusión muy positiva: al principio, siempre tuve la sensación de no pertenecer a ningún sitio: no soy totalmente catalana, no soy totalmente albaceteña, en Madrid solo estuve 2 años y medio y aquí en Montréal soy inmigrante. Es una sensación de desarraigo que te hace sentir soledad y, a veces, incomprensión. Pero un día pensé que no es que no pertenezca a ningún lado, en realidad, pertenezco a todos los sitios en los que he vivido. Da igual donde vaya, porque conmigo va un poquito de Barcelona y del brillo del sol y el mar catalán, un poquito de Albacete y de los campos y viñas manchegos en verano, un relaxing cup of coffee con madrileños maravillosos, un poquito de España entera y, a partir de ahora, también un poquito de Montréal y del verdor y la nieve canadiense.

PD: Muchas gracias a mi artística primica R por ayudarme a buscar un programa para trastear fotos. Me lo voy a pasar bomba con mi nuevo amigo Picasa.

lunes, 30 de septiembre de 2013

¡Empecemos el Otoño con fuerza!

¡Hola a todos! 
Ha llegado el Otoño a Canadá. Los árboles están perdiendo su verdor y cambiando rápidamente a mil tonos de amarillos, marrones y rojos. Mires donde mires ves una estampa perfecta de esas de postal llenas de colores brillantes y otoñales. Ya se notan los días mas cortos y, aunque a medio día hace calorcito, por las noches refresca y hay que ponerse una mantita para dormir. Apetecen ya los cafés y los tes calentitos en lugar de fresquitos y con hielo y algunas casas han puesto en sus ventanas decoraciones otoñales con trigo dorado y calabazas enormes. 
Después de un largo verano sin escribir, disfrutando del verano montrealés, ¡en breve vuelvo y tendréis más y más divertidas aventuras de SaraE en Canadá! 

jueves, 4 de julio de 2013

Domingo 26 de Mayo: Día de los museos

¡Sorpresa! La que nos llevamos cuando nos enteramos de que el domingo 26 era el día de entrada gratuita a los museos de Montréal. Según nos han contado, los más espectaculares a nivel nacional están en Ottawa, pero en Montréal hay varios que son muy interesantes y que descubren al visitante la historia de la ciudad.

Nos planteamos visitar el museo de Pointe-à-Calliere y el Château Ramezay. Ambos se encuentran en el barrio de Old Montréal o Vieux Montréal, así que aprovechamos para visitarlo también.


La primera parada de camino Pointe-à-Calliere fue la Iglesia de Notre Dame. Montréal es una ciudad con muchísimas iglesias, pero hay tres fundamentales: Notre Dame, Marie Reine du Monde (la Catedral) y el Oratorio de Saint Joseph. Sin embargo, Montréal es una ciudad de fundación relativamente reciente, así que a mí, que soy una apasionada de las iglesias medievales europeas, las de aquí me parecen “demasiado nuevas”. Sin embargo, han sabido sacarles provecho, ya que en muchas de ellas se hacen espectáculos de proyección de luces en la fachada que son realmente bonitos.

Como estaba lloviendo bastante, fuimos directos al museo sin poder disfrutar apenas del barrio viejo. El Museo de Pointe-à-Calliere nos habla de la historia de Montréal desde los asentamientos de los pueblos nativos hasta la actualidad, incluyendo un audiovisual con proyección sobre una parte de los restos arqueológicos, varias salas con utensilios de diversos periodos por los que pasó la ciudad, muchas maquetas y muchos restos arqueológicos de  los cimientos de edificios antiguos. Muy recomendable para el visitante que quiera, en un par de horas, conocer a grandes rasgos la historia de la ciudad. Más tarde, paseamos un ratito por la zona de los muelles y el puerto. Llegamos hasta el Marché Bonsecours, en el que se puede encontrar actualmente diversas tiendas de productos québecois y artesanía inuit o de otras naciones nativas canadienses.


Ya por la tarde, visitamos el Château Ramezay, que actualmente es un museo pero también está catalogado como "emplazamiento histórico". Después de una hora y media de cola bajo la lluvia :). Pero mereció la pena. Se trata de una casa perteneciente originariamente la familia Ramezay, que luego fue pasando de manos y fue desde cuartel para las tropas inglesas hasta escuela. La casa guarda objetos domésticos de distintos momentos, cartas y diarios de los residentes y tiene algunas salas ambientadas como si fueran habitaciones de época. Otro punto de vista de la historia de la ciudad, en este caso más “casero”, del día a día de la gente y personal.


Finalmente... ¡sorpresa! las nubes ya no estaban y se quedó buen día, así que aprovechamos para pasear un rato por Old Montréal y degustar unos helados y cafés aromatizados, como no, con sirope de arce.

lunes, 10 de junio de 2013

Sábado 25 de Mayo: Gastro-curiosidades de Montreal.

Como ya os conté, mis Queridos Padres llegaron el día 22 para pasar unos días con nosotros. Y doy fe que les ha cundido la visita. Hemos visitado (casi) todos los lugares más conocidos y emblemáticos de Montreal y también hemos hecho una escapada de 4 días a Toronto y Niágara. Así que, lectores, haceos una taza de café o de té y preparaos a leer las aventuras de una familia de catalano-albaceteños-tomelloseros en Canadá. (Nota: para ver mejor las imágenes, clicad sobre ellas)

El sábado 25, aprovechando que los cuatro estábamos disponibles, organizamos una ruta en plan gastronómico. Primero fuimos a desayunar a Fous Desserts (como hacemos mi Sr. Marido y yo todos los sábados): un café americano calentito y unos ricos productos caseros de bollería y listos para afrontar el día con energía.

La siguiente parada fue el Marché Jean Talon, un mercado tradicional, abierto, con mucho encanto por el que pasearse tranquilamente y comprar productos frescos a muy buen precio directamente de los productores, tomar algo por los puestos de comida que hay o simplemente curiosear.



La visita fue de lo más interesante. Encontramos una tiendecita de aceites de oliva y especias en la que había, sorprendentemente, muchos tipos de aceites españoles (la "Marca España" no abunda por aquí, precisamente). Mi Querida Madre descubrió una montaña de latas grandes de aceites de Córdoba cogidas con cadenas finas. Al preguntarles a las chicas de la tienda, nos contaron que sufren muchos robos de los aceites buenos y que no tuvieron más remedio que sujetar las latas con cadenas ¡para que la gente no se las llevara!

Seguimos paseando y resultó que el mercado era mucho más grande de lo que yo pensaba. Hasta el punto que una zona muy grande estaba dedicada sólo a la venta de flores, árboles y plantas de verduras para sembrar. Si te metías un poco por los puestos, parecía que no había ciudad y que mágicamente te habías trasladado al País de las Maravillas de las Flores.


Más adelante, regresamos al paraíso de las verduras: pimientos, patatas, lechugas, frutas del bosque, calabacines, berenjenas... ¡de todos los tipos, tamaños y colores! Encontramos un puesto de patatas enorme con un montón de variedades de patatas. ¡No sabíamos que en el mundo hubiera tantos tipos de patatas diferentes! Muchos puestos de frutas la tenían cortada para que los paseantes la pudiéramos degustar, dejando un aroma estupendo y convirtiendo el paseo en una experiencia muy agradable para todos los sentidos. Luego, mi Querido Padre se puso a hablar con un comerciante de espárragos y resultó que el señor era de Águilas (Murcia) y que llevaba ya muchos años viviendo en Montréal. Fue muy “Españoles por el Mundo”.

A esas alturas eran ya casi las 2 de la tarde y ya empezaba a haber bastante hambre. Decidimos que era el momento de ir a probar el plato típico de Québec: la poutine, un plato a base de patatas fritas, salsa de carne (o gravy) y queso poco curado, generalmente cheddar, por encima. Claro que admite otras muchas versiones o adiciones de otros ingredientes. En Montréal hay dos sitios muy famosos para degustar la poutine: Montréal Poutine (en Old Montréal) y La Banquise (en Plateau). Nosotros nos decidimos por La Banquise porque ofrece una gran variedad de poutines con ingredientes variados y porque nos pillaba cerca. Y si debe de ser famoso, si, porque a pesar que eran las 2 y media de la tarde, ¡menuda cola que había para comer allí! Y eso que, por desgracia, nos hizo mal día y estuvo todo el rato lloviendo. Luego mereció la pena la espera, aunque he de confesaros que el plato no es lo más gourmet del mundo, pero mi Querido Padre y yo, que somos muy de la cerveza, aprovechamos para pedir cerveza negra québecois St Ambroise para regar la poutine.



Más tarde, y debido a las inclemencias del tiempo, decidimos irnos a tomarnos un té a casa y descansar un poco, porque el domingo 26 fue el Día de los Museos en Montréal y ¡lo aprovechamos a tope!

sábado, 25 de mayo de 2013

¡Tenemos visita!

Amigos lectores, después de dos meses de curso intensivo de francés durante los que, sintiéndolo mucho, os he tenido un poco abandonados, ¡por fin he terminado! He aprendido tanto que ya se decir cosas importantes y básicas para la vida como pedir una cerveza, decir “Oh, mon dieu!” con cara de absoluta sorpresa o llamar Monsieur a mi “Monsieur” Marido. Y ahora, hablando en serio, felicito desde aquí a los profesores de YMCA en el que he hecho las clases: el programa me ha parecido excelente y los cursos se aprovechan un montón. Altamente recomendado para los recién llegados a Montréal que necesiten aprender la lengua rápidamente.

Por otro lado, desde el pasado miércoles, ¡tenemos visita! Mis Queridos Padres han venido a visitarnos durante casi dos semanas y, cuales Reyes Magos, vinieron con las maletas cargadas de regalos. Como podéis ver, me han traído muchas cosas:

- 4 cajas de mezcla Carmencita para paella, para que en caso de fin del mundo pueda seguir preparándolas durante años.

- 2 tomos de un cómic japonés que estoy leyendo (Claymore).

- 3 revistas Clara, porque me gusta cultivar el ama de casa que llevo dentro.

- 3 libros que me dejé en el último momento en España, ya que (literalmente) no cupieron en ninguna de las 6 maletas que trajimos al venir.

- 4 cuñas de queso curado al romero Vega Sotuelamos.

- 2 cuñas del mejor queso del mundo (Enviado por mi Tía S. ¡Gracias!)

Estoy contentísima de tenerlos unos días por aquí. El plan es hacer un montón de turismo por la ciudad de Montréal y también ir a ver Niagara y Toronto. Así que voy a ver mogollón de cosas y voy a tener mucho material para contaros en próximos posts. Pero antes de nada, y para coger energías, ya nos hemos comido una tortilla de patatas casera, hecha por manos españolas (mi padre), con patatas de Québec y huevos de gallinas camperas también québecois. ¡Qué rica! J


domingo, 5 de mayo de 2013

¿Y tú? ¿Qué es lo que más echarías de menos?


Hoy voy a responder a la típica  pregunta de “¿Qué echas de menos de España?”.

Si, lectores. En algún momento u otro, después de las varias semanas de adaptación, cuando una ya se siente a gusto en su nueva vida, empiezan a salir frases como “¡Las lentejas no quedan igual sin X!” o “¡Ay, como me gustaría tomarme un platico de Z de aperitivo!” o “¡Si no encuentro Y para desayunar ya no merece la pena seguir viviendo!”  (soy un poco dramática a veces).

Muchos pensaréis: “Oh, yo echaría de menos a mis padres, a mis amigos...” Cierto, pero no cierto, porque yo, con España, hablo un montón de veces por semana: por teléfono, por skype, por el chat de Facebook, por Watsapp... así que si, los echo de menos porque están lejos pero ¡es mucho peor lo que vais a leer a continuación!

- ESPECIAS DE PAELLA CARMENCITA: Siempre he tirado de ellas para hacer cualquier tipo de “arroz en paellera”: con verduras, con jamón, de pollo, mixta, con bacalao... Menos mal que mis Queridos Padres que vienen de visita pronto y me van a traer 4 o 5 cajas.

- TOMATE Y PISTO HIDA. Cada vez que tengo que preparar lentejas, o pasta boloñesa, o carne con tomate me pongo triste, porque aquí no hay tomate que se parezca al tomate Hida. Hay salsas de tomate, si, pero son más bien tipo “Solís” o, si son con el tomate troceado, llevan albahaca, otras verduras, setas...

- COLACAO. Para merendar, mi Sr. Marido y yo tomamos colacao siempre. Aquí venden Nesquick. En este aspecto, hemos tenido suerte, porque hemos encontrado una tienda española donde venden Colacao (un poco caro, por desgracia, porque es de “importación”).

- QUESO AL ROMERO: albaceteño a más no poder. Puedes encontrar Jamón, tanto cortado como en pata, en la tienda española, pero no queso al romero. Otro producto que va a entrar a Canadá en cantidades industriales pronto.

- LA PAELLA DE MI ABUELA/TIA: Originariamente preparada por mi abuela, como ya se nos ha hecho mayor ha pasado el testigo, principalmente, a mi tia S. La mejor paella del universo, sin duda. Esto no tiene arreglo, lo sé. A no ser que me la manden en un Tupperware.  O que vaya yo, claro.

La tienda española se llama “L’ Española” y está en el 3811 del Boulevard Saint-Laurent, entre Rue Roy East y Rue Napoleon. Tienen bastantes productos típicos de la cocina sudamericana en general y, en cuanto a la española, hay aceite carbonell, turrones el almendro, mantecados de La Estepa, charcutería... Y COLACAO. La única pega es que aquí son productos caros, pero bueno, un capricho de vez en cuando no está mal, ¿no?

Y vosotros, lectores, ¿qué es lo que más echaríais de menos de España?

sábado, 27 de abril de 2013

Hospitalidad China


Ayer fue mi último día de curso de francés. Me lo he pasado muy bien y he aprendido un montón. En mi clase hay gente de distintas nacionalidades: china, india (de La India, no nativos americanos), estadounidense, saudí, rusa y española. La profesora propuso, como despedida,  bien llevar algún plato típico de nuestra cocina para hacer un brunch en clase, o bien salir a algún restaurante de la zona. Nuestra compañera china, a la que llamaré Madame X., que es vice-presidenta de un hotel en la ciudad, se ofreció como anfitriona y nos dijo que organizaría un Dim Sum en el restaurante de su hotel para todos. Como lo único chino que conozco es el arroz tres delicias, los rollitos de primavera y los productos de plástico a buen precio que venden en cualquier tienda “de chinos” de España, pensé que sería buena idea ir a ver que era un Dim Sum, disfrutar de un agradable y multicultural brunch y conocer más de cerca la cultura china.

Al final, sólo nos apuntamos una compañera, la profesora y yo. El hotel, en pleno Chinatown, está construido con muchos detalles orientales. El restaurante lo podéis ver en la foto superior. Nos quedamos impresionadas al llegar. Teníamos una mesa preparada y como llegamos sobre las 10.30, apenas había gente así que fue muy agradable oír el ruido del agua del estanque e intentar mantener una conversación entendible en francés, para practicar (sugerencia de la profesora). Mientras nos servía te en nuestros vasos, Madame X. nos contó que el Dim Sum consiste en sacar a la mesa una gran variedad de platos pero con una ración de “bocado” para cada comensal. Se suele servir con té para beber y que se toma antes de la 1 o las 2 de la tarde. De entrantes, teníamos un gran plato de trocitos de naranja/plátano envueltos con papel de arroz. Había varias teteras con té de jazmín en la mesa. A los cinco minutos, con los ojos como platos, empezamos a ver llegar cestas y cestas y cestas y más cestas de bambú, con de todo dentro: albóndigas de cerdo, pollo con especias, bollos al vapor rellenos con hongos, empanadas al vapor de ternera y verduras, mini-sepias, rollos de primavera, bolitas de arroz envueltas en hojas de loto... Total, que lo que pensábamos que iba a ser una “degustación informal y ligera” de comida tradicional china resultó que era “vamos a comer como en una boda”. Aún incumpliendo las normas de educación chinas, según las cuales no puedes dejar nada en los platos cuando te invitan, tuvimos que dejarnos algunas cosas, por ejemplo, ternera, ya que una de las comensales, de origen hindú, no puede comerlo. Pero era inevitable, porque ¡madre mia, que cantidad de comida! Así que le pedimos perdón cien veces y le explicamos a Madame X. que ¡realmente ya no podíamos más! Finalmente, Madame X. nos hizo un pequeño tour por su hotel y nos invitó siempre que quisiéramos a ir a visitarlo, que siempre seríamos bienvenidas. Desde aquí, mi agradecimiento a Madame X. por su invitación, por su cálida bienvenida y por ser una perfecta anfitriona.

Lo pasamos en grande. Salieron conversaciones de lo más interesantes como los distintos países o ciudades donde habíamos residido, hábitos de nuestro país de origen y, sobre todo, modos de cocinar y costumbres de alimentación en los distintos países. Así fue como descubrí que en china comen pan muy de tanto en tanto y que cada día comen cosas diferentes para desayunar, al contrario de lo que ocurre en España, que somos más de costumbres fijas y, en serio, ¿alguien no come pan mínimo un par de veces al día? Por otro lado, la cocina hindú, sobre la que circula la idea de que todo es picante, resulta que gran variedad de platos no llevan especias picantes.

Tuve la agradable sensación de tener un gran mundo por delante que descubrir, mucha gente interesante por conocer y muchas ideas preconcebidas que tirar abajo.

lunes, 8 de abril de 2013

Je ne parle pas français (No hablo francés)


Queridos lectores, me llena de orgullo y satisfacción informaros de que, desde el pasado sábado, POR FIN TENEMOS CONEXIÓN A INTERNET EN CASA. Para celebrarlo, hoy os escribo desde mi propia casa, tomándome un café en La Taza de la Felicidad, la estrella de las tazas en esta casa.
Después de esta explosión de felicidad, voy a contaros mi nueva actividad desde el lunes 1 de abril: me he apuntado a clases de francés. ¿Por qué? Pues bien, porque en Québec la lengua oficial es el francés. Como ya os conté en un post anterior, aunque todo el mundo vive en francés, si les hablas en inglés todos cambian a ese idioma amablemente. Pero al fin y al cabo, no saber francés cierra muchas puertas en el ámbito laboral y dificulta la vida diaria, ya que en algunas tiendas y locales públicos la información sólo está en francés.

Como no teníamos referencia de ninguna escuela de idiomas, mi Sr. Marido preguntó en su trabajo y todos dijeron lo mismo: directos a un YMCA. Probablemente a todos os suene por la canción de los Village People, esa que se baila haciendo las letras con los brazos.

Los centros YMCA se crearon hace 160 años como ONG para ayudar a gente necesitada y a las comunidades. En la actualidad, hay muchos distribuidos por todo el mundo y cada centro intenta adaptar sus programas al lugar en que se encuentra y a sus necesidades específicas. En España no son muy conocidos y hay pocos, pero en Norteamérica han crecido mucho y ofrecen otros servicios de pago como clases de idiomas, gimnasios y guarderías para todo el mundo, como parte de sus programas para mejorar la comunidad y también, creo, como forma de auto-financiarse.



En Montreal, hay varios centros grandes repartidos por la ciudad. Todos tienen instalaciones deportivas grandes y bien equipadas y programas varios de ayuda. Pero además, en el YMCA del centro, tienen una escuela de idiomas donde ofrecen, además de inglés y francés, otros idiomas como español, japonés, mandarín, árabe o portugués. En el caso de que quieras venir desde otros países a estudiar francés o inglés, también ofrecen alojamiento en familias o en residencia.

Se puede acceder a cualquiera de sus cursos cuando quieras. El único requisito es que te tienen que hacer una prueba de nivel. Si, hasta a los nivel cero patatero como yo les hacen prueba de nivel, y eso que le dije al recepcionista que era una “totally beginner” (totalmente principiante). Hice la prueba escrita, obviamente lo poco que escribí me lo inventé y luego, en la corrección, yo veía el boli rojo tachar, tachar y tachar mis respuestas inventadas. Era de esperar. Y en la última parte de la prueba, me dice el profesor “Te voy a hacer algunas preguntas que tienes que contestar con frases completas”. Y yo, claro, le conteste “No se moleste usted, no soy capaz de hacer ninguna frase completa de ningún tipo”. Así que me mandaron al nivel 1, el de “totally beginners” (esto también era de esperar).

Yo he elegido un curso semi-intensivo, que consiste en 3 horas por la mañana, de gramática y conversación. También hay cursos intensivos (mañana y tarde), específicos (negocios, cultura québecois, conversación...) y también los hay de los de dos horas dos veces por semana. Una de las ventajas de mi curso es que te regalan un mes de acceso al gimnasio, así que al salir de clase aprovecho para hacer “bailes latinos” o “cardio-kickboxing” o cualquier cosa divertida que hagan.

Lo cierto es que, después de un par de meses de papeleos, elegir y montar muebles y cuidar de mi casa y de mi Sr. Marido es genial hacer algo tan estimulante como aprender un nuevo idioma y mover un poco el cuerpo al acabar. 


domingo, 31 de marzo de 2013

Lunes de Pascua...¡Mona!

Desde que entramos a vivir a este apartamento, mi Señor Marido y yo hemos cogido la parejil costumbre de salir a desayunar el fin de semana a una pastelería que hay cerca de casa: Fous Desserts.

Es pequeña y encantadora, con un barra que da al ventanal de la calle y tres mesas para dos personas en el interior. Tienen un par de aparadores para exponer sus productos y lo llamativo es que están decorados con mucha gracia y que todo hace una buena pinta terrible, tanto que nos cuesta decidir qué vamos a tomar cada fin de semana. Además, la variedad no ayuda a tomar la decisión: cruasans, chocolatines (como llaman aquí a las napolitanas de chocolate), chocolatines con almendras, hojaldre de manzana, brioche de frutas, bizcochos de plátano o chocolate... Las tartas parecen de otro mundo, y son tan bonitas que da pena pensar que están hechas para comerlas: chocolate con frutas del bosque, minitartas con forma de conejito con orejas de chocolate, con frutos secos, cheesecake, de jarabe de arce... de lo que quieras. Nos reímos bastante antes de llegar, ya que vamos pensando “¿Qué cosas nuevas harán hoy? Es igual, va a estar bueno de todos modos”.

Lo guay es que hacen todo allí mismo, con productos naturales. De hecho, la zona donde preparan los productos, aunque está separada de la zona para clientes, está justo al lado, así que puedes ver como preparan cosas mientras te tomas un rico café americano y una chocolatine. Pero, ¡ay, amigos!... Una servidora, que es muy fan del chocolate, lo pasa mal a veces. Porque cuando se ponen a preparar cosas con chocolate y lo funden, huele deliciosamente por toooooooodo el local y a mí se me hace un agujero negro en el estómago de un tamaño considerable. Seguro que a más de un lector/a le pasará lo mismo... ¿eh, pillines? :)

Pues ayer, al ir a desayunar, nos llevamos una grata sorpresa: toda la tienda estaba llena de figuras de chocolate envueltas en bolsas de celofán transparente y cerradas con cintas de colores. Me ha hecho mucha ilusión, porque me ha recordado a mi tierra catalana y a la costumbre que tenemos en el Lunes de Pascua de recibir o regalar monas (amigos no catalanes, las monas en Cataluña son tartas con figuras de chocolate encima o simplemente las figuras de chocolate que se preparan para el Lunes de Pascua, no confundir con el “hornazo” de Jueves Lardero). Creo que nos ha hecho especial ilusión porque aquí la Semana Santa no tiene nada que ver con la española y nos resulta un poco extraño. Para empezar, ha estado haciendo buen tiempo con sol (¡jajaja!, menuda ironía). Además, no hay ni procesiones ni días festivos en los que todo cierra, como en España. Es más, mi Señor Marido tiene fiesta el lunes pero yo empiezo un curso de Francés (miedito), así que parece ser que los festivos no se los toman tan “en serio” como allí. Al menos, no los de Semana Santa, pero habrá que ver si el Canada Day hacen lo mismo.

¡Esperamos, si la lluvia os ha dejado, que hayáis pasado todos una buena Semana Santa!

miércoles, 20 de marzo de 2013

Montreal: un poco de todo


Como ya os conté en el primer post, desde principios de enero mi Señor Marido y yo vivimos en Montreal. Antes de que empiece a contaros los lugares que visitamos, las curiosidades con las que nos encontramos y las anécdotas que nos acontecen, creo que es un buen momento para haceros un resumen rápido de cómo es esto.


Montreal es una isla enorme en el medio del río San Lorenzo. Pertenece al estado de Québec, estado que limita al este con el Atlántico y los estados de New Brunswick y Newfoundland and Labrador, al norte con el estado inuit de Nunavut, al oeste con el estado de Ontario y al sur con EE.UU. La mayor parte de este estado, incluyendo Montreal, fue colonizada por franceses. A lo largo de la historia, este estado ha desarrollado un fuerte sentimiento independentista y la lengua oficial actualmente es el francés (es la segunda mayor ciudad francófona de occidente, detrás de París). Pero casi todo el mundo sabe inglés, así que si les pides educadamente que si te pueden hablar en inglés, todo el mundo lo hace sin problemas.



La distribución de los barrios es un poco complicada. Originalmente, Montreal (isla) se componía de distintas “municipalidades” o ciudades independientes, aunque sin espacio físico de separación entre ellas. En la década pasada, varias de esas municipalidades se unieron para formar Montreal, y otras decidieron mantener su estatus independiente. De manera que, para el turista, Montreal es una única ciudad-isla, pero para el residente, según donde vivas, pertenecerás a Montréal o a una de las municipalidades independientes (y eso afecta, y mucho, a la vida diaria, por ejemplo para ir al médico, para sacar la basura...). 

La distribución de las calles es bastante sencilla. Las calles, excepto en el barrio antiguo (Ville Marie), forman una cuadrícula (muy parecido a L'Eixample barcelonés o al Barrio de Salamanca en Madrid). La gente de aquí hace algo muy curioso para orientarse. Ellos “giran” mentalmente la isla un poco en sentido antihorario, así las calles quedan o bien en vertical o bien en horizontal. Puesto así, arriba es norte, abajo es sur, derecha es este e izquierda es oeste. Las indicaciones son sencillas, porque casi cualquier calle es “dirección norte o sur” o “dirección este u oeste".

Además, el Boulevard Saint-Laurent, uno de los más pintorescos de la ciudad, que va norte-sur, divide la ciudad en zonas este y oeste. Así pues, las calles perpendiculares a él también se dividen en este y oeste y tienen numeraciones para cada una. Por ejemplo, la Avenue Mont-Royal, puede ser Mont-Royal East o Mont-Royal West, y cada una es una calle/avenida diferente. Otras calles de referencia, grandes y conocidas, son Rue Saint Catherine, Av. Mont-Royal, Rue Sherbrooke, Rue Notre-Damme o Rue Saint-Denis.

En el centro de la ciudad hay una montaña que actualmente es un parque. Es el Parc du Mont-Royal, el más grande de la ciudad y desde el que se disfrutan vistas estupendas del río y las riberas. Además, en la rama sur del río (orientación nativa, ya sabéis, girando la isla y eso, para que vayamos practicando todos) hay dos islas que forman un parque. Se adaptaron para la Expo Universal de 1967 y ahora es el Parc Jean Drapeau. Y por el resto de la ciudad hay diseminados muchos parques, más grandes o más pequeños. 

Av. Mont-Royal

Y por último, nuestro piso está en el barrio Le Plateau Mont-Royal, un barrio céntrico y  preferido por parejas jóvenes urbanitas (y vivimos aquí gracias a que el alquiler de los pisos aquí es bastante más asequible que en España o que, incluso, en el resto de ciudades de Canadá). Es un barrio grande, con mucha vida, restaurantes, tiendas de todo tipo, terrazas en verano, así que en realidad no parece que estemos en una ciudad norteamericana, sino que tiene un aire europeo que hace que, a pesar de llevar poco tiempo, estemos bastante a gusto en la ciudad.


miércoles, 13 de marzo de 2013

Catalano-Manchegos por el mundo



Hace unos meses, a principios de octubre, estábamos mi Señor Marido y yo un miércoles cenando en nuestro piso en un pueblo cercano a Madrid. Como en (casi) todo hogar español, en nuestra casa se ha cenado siempre a las 9 de la noche, hora del telediario de Antena 3, porque nosotros somos muy fans de Matías Prats y de ese sentido del humor tan peculiar que tiene. Y en esas estábamos, con un tenedor en una mano y un trozo de pan en la otra, que suena el teléfono.

Mi Señor Marido desaparece en otra habitación. A los 10 minutos yo, que me preocupo por todo fácilmente, ya me estaba montando unas películas del género catastrófico dignas de un Oscar, cuando oigo que vuelve. Lentamente. Demasiado lentamente. Y mi Señor Marido aparece en la puerta de la cocina.

- Madremiaq’hapasao? – Pregunto yo así, tal y como lo habéis leído.

Y me contesta:

- Que me han llamado los de Montréal. Que nos vamos a vivir a Montréal.

Primero, nos quedamos mirando mutuamente con cara de “Perdona, ¿cómo dices?”. Después, empecé a preguntar miles de cosas seguidas, por ejemplo:

- ¿Pero te han llamado de X? ¿Y qué te han dicho? ¿Pero cuando hiciste esa entrevista? ¿Estamos hablando del Montreal de Canadá? ¿Pero, y cuando nos vamos? ¿CUÁNDO NOS VAMOS?...

Nos costó unos días asimilarlo. Nuestro sueño, por fin, cumplido. Vivir en Canadá. Luego, aún no sabemos cómo, todo empezó a ir muy rápido. Mudanza, preparación de papeles y certificados varios (y, en consecuencia, el inevitable hartazgo de lidiar con la burocracia), hablar con nuestros respectivos jefes para avisar de nuestra partida (¡!), actividades lúdico-festivas variadas en distintos puntos de la geografía española para despedirnos de amigos, regalos muy divertidos y prácticos de los susodichos amigos, dejar nuestro querido piso de alquiler al norte de Madrid, hacer muchas maletas, cambiar de orden las maletas, cambiarlas de orden otra vez...

Y cuando nos dimos cuenta, se había pasado la Navidad y estábamos despidiéndonos de nuestras familias, a punto de subir a un avión que nos llevaría rumbo a nuestra nueva vida...después de 3 horas hasta Munich, 6 de espera en Munich y otras 9 hasta Montréal.

La llegada fue impactante: unos impactantes -10 ºC al salir por la puerta del aeropuerto, con sólo un par de abrigos de paño del Zara para sobrellevarlos.

Y luego, vuelta a la velocidad: comprar abrigos y botas para nieve, hacer la tarjeta sanitaria y de la Seguridad Social, hacernos con un teléfono móvil, buscar piso (sin amueblar), Ikea, explorar un poco la ciudad, Ikea, Ikea otra vez, comprar conversores de enchufes y transformadores eléctricos como si los almacenáramos para un apocalipsis, desembalar cajas de la mudanza, Ikea de nuevo...

Y por fin, tras casi dos meses, ya estamos instalados en nuestro nuevo apartamento. Bueno, casi instalados... Escribo desde un Starbucks cercano a mi casa porque no tengo Internet en casa, y la compañía tuvo la bondad de aplazar la instalación hasta dentro de dos semanas. Tampoco tengo cortinas ni persianas en las ventanas y tengo todo el rato la sensación de que me observan. Sé que es un pensamiento muy "centrouniversal" de mi misma, pero os lanzo el reto: gente acostumbrada a ventanas con persianas, intentad ver una peli acurrucados en el sofá con vuestros consortes y consortas a las 10 de la noche con un ventanal abierto al mundo de par en par y os aseguro que el resultado de esa ecuación es intimidad igual a cero.

Pero la estrella de los traumas es, sin duda, que NO TENEMOS TELE. Si, amigos, no tenemos tele. Si quieres tener tele en este glorioso estado de Québec, tienes que contratar tele por cable, y en este momento, se nos escapa de nuestro presupuesto. Hemos pasado por varias etapas sobre esta carencia: primero, confusión (“Sin tele y sin cerveza, Homer pierde la cabeza”, pensamos); luego, negación (“No puede ser, seguro que es porque hay algo estropeado”); indignación (“¿Pero a qué clase de país hemos venido a parar?”); duda (“Oye, a lo mejor deberíamos coger tele por cable”). Y por último, aceptación y auto-convencimiento ("Seguro que no es para tanto no tener tele y al final estamos mejor"). Entre medias hubo algunos días de mono, es más, juraría que si me hubieran dado una tele con únicamente el canal 24 horas de Gran Hermano lo habría visto y todo...Y al final resulta que no tener tele es genial, aprovechamos más el tiempo y vemos sólo lo que nos interesa ver, y te deja tiempo libre para cosas importantes.

En toda esta amalgama de acontecimientos e idas de olla con periodos de morriña y alguna que otra vez preguntándonos “¿Habremos hecho bien en venir?”, he pensado varias veces en escribir un blog. Por muchas razones: porque yo he encontrado información muy útil en blogs de otros inmigrantes a Canadá, porque me gusta escribir, porque es una manera de que muchos amigos que hay en España puedan seguir mis andanzas por el Nuevo Mundo y, sobre todo, porque me apetece. Y finalmente me he decidido, aunque todo puede ser que mi PC explote en el transcurso de su creación y puesta en marcha (podéis preguntarle a mi Señor Marido, soy el terror de los PC, siempre la lío muy parda cuando hago cualquier cosa distinta a navegar con el Google Chrome o jugar al Tomb Raider).

Y aquí estoy, cumpliendo literalmente el “Año nuevo, vida nueva”: nuevo país, nueva ciudad,  nueva casa y nuevo blog. Sin embargo, algunas cosas buenas no quiero que cambien, como tener una taza de café o té calentita cerca, para que los buenos momentos sean aun mejores. 


SaraE  :)


PD:  Tras las dos semanas de espera, vino el técnico de internet y se volvió a ir sin poder instalarlo. Sigo sin internet y sin paciencia.